domingo, 13 de noviembre de 2011

STEINHOF, LA CIUDAD DE LOS LOCOS (Viena)


En esta historia aparece de forma imperceptible, lentamente, invisible y constante como un mal sueño, ése que se repite y que se resume en una bala que sale de un fusil, recorre la tierra de nadie y atraviesa la cabeza de un soldado enemigo. Pero ese instante puede ser eterno, tanto que puede servir para contar una larga historia, la historia del soldado que morirá –o no- la de su familia y amigos, la de su ciudad, la de su siglo, incluso la de una saga que une a personajes e historias que nunca llegarán a conocerse. Y que sólo nosotros podemos ver…

Hace unos meses que Klaus Werger ha sido internado en el Hospital y Asilo Regional de la Baja Austria para Enfermedades Mentales y Nerviosas de Steinhof. Ya ha sufrido las técnicas neurolépticas de las modernas terapias, los últimos avances en investigación psiquiátrica con electroshocks e hipnosis que los nuevos tiempos presentan con el adorno de un impecable lenguaje científico. Pero también estamos en la época de las palabras envejecidas, las palabras que sólo sirven como disfraz para disimular lo oscuro. Las palabras ya no valen para curar a un tipo que ha perdido la cabeza en la guerra.
El caso de Klaus Werger no es singular. Le ha ocurrido a numerosos combatientes. Es el síndrome del silencio. Esta reacción ante el ruido del infierno se podría considerar casi normal. De hecho, no es la que reviste mayor gravedad, porque al cabo de unos meses de tratamiento –más bien a causa de un método infalible: el alejamiento del frente- los pacientes recobran la cordura y con ella el habla.


Sin embargo, Klaus no guarda silencio sólo por haber sufrido la erosión de la batalla. Su silencio obedece a algo más. Él, que intentó relatar la guerra, que inventó a sus héroes, que mintió para embellecer lo terrible, ha decidido callar para siempre, porque no tiene derecho a utilizar más las palabras. El suyo es un silencio blanco de muerte, sin olor, dolorosísimo porque es la negación de todo. Es la nada.


Klaus Werger pasea su locura por los pasillos de Steinhof. Casi todos se han acostumbrado a su silencio. Es una sombra sigilosa, una niebla que recorre el manicomio de los hombres de la guerra. Se podría decir que es un hombre abstracto, un hombre quitaesenciado. Casi no tiene sombra o, al menos, su sombra debe de ser intensamente blanca.

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