martes, 18 de agosto de 2009

NARRENTURM: LA TORRE DE LOS LOCOS (Viena)


Como parte de la estrategia para incitar a Klaus a amar la medicina, decidió llevarlo a la Narrenturm, la vieja Torre de los Locos que había creado el emperador José II a finales del siglo XVIII. Desde hacía cincuenta años, aquel edificio inquietante que tenía forma circular y una historia terrible de crueldad, había dejado de acoger a trastornados y ahora servía como moderna residencia para médicos y enfermeras.
Sin embargo, Klaus nunca pudo superar aquella visita. Nada más contemplar la enorme torre redonda se quedó petrificado. En las estrechas ventanas veía escenas de niebla, rostros deformados, sueños blandos y flotantes como los que había visto vagando sin rumbo en el jardín del doctor de las histéricas. Al comprobar que su hijo ni siquiera era capaz de soportar la visión de un simple establecimiento médico, el señor Ulrich se enfadó por la nueva cobardía de su hijo, algo que no estaba dispuesto a tolerar. Klaus se comportó como un autómata guiado por los gestos bruscos de su padre, quien enojado iba dándole empujones. Al entrar en la torre, el temor de Klaus devino en una especie de trance y estuvo a punto de desmayarse, pero su padre decidió agarrarlo del brazo y obligarlo a contemplar cada una de las estancias de la terrible Narrenturm.
En realidad, la Narrenturm ya nada tenía que ver con el hospital de dementes de tan terrible fama desde finales del siglo XVIII. Cuántos pobres desgraciados murieron allí encerrados, asfixiados por pesadillas terribles, agonizando en celdas inmundas. Ahora, por el contrario, era un establecimiento reformado, pintado de un blanco aséptico, higiénico y con una apariencia impoluta, como si allí no hubiera ocurrido nada. Al menos eso era lo que sentían los afortunados que no tenían capacidad para asomarse al pasado, para espantar las brumas que separan el ayer del hoy. No era, desde luego, el caso del pobre Klaus.


Durante toda su vida, recordó el inquietante zureo de las palomas y de los pájaros que se colaban en el patio interior y cuyo sonido parecía más propio de un mal sueño, como si al sobrevolar la forma circular, de bucle infinito del edificio, los pájaros también quedaran trastornados, incapaces de asumir la geometría inquietante de la torre.
El joven Klaus descubrió también ecos metálicos y un desasosegante silbido provocado por el viento que parecía adentrarse en las grietas de aquella vieja torre. Era un viento que sonaba como sólo lo hace en las ciudades bombardeadas, soplando mientras atraviesa los huecos macabros de las ruinas. Klaus era capaz de reconocer el sonido de una ciudad destruida aunque aún no había visto ninguna. Pero paciencia, sólo tendrá que esperar. Vive en el siglo adecuado…

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