martes, 18 de agosto de 2009

LA COMPAÑÍA NAZDAR


Al tercer día de su llegada a París, Jaroslav volvió a tomar las riendas de su incierta vida. Fue después de visitar un antro clandestino para placeres en tiempos de guerra. Una noche en la que ya se había establecido en una pequeña pensión de la Rue des Batignolles y había dormido con una hermosa parisina que olía a magdalenas calientes y que logró borrarle el recuerdo de la señorita Eliska Viková, Jaroslav decidió que al día siguiente se dirigiría al Bulevar Haussmann donde se encontraba la oficina de la Legión Extranjera.
No podríamos restar a este relato la importancia clave que la hermosa parisina con olor a magdalenas calientes tiene en la decisión final de Jaroslav, ya que la joven narró a su amante de una noche la historia de Antonín Palacký, otro joven checo al que había conocido en ese París sonámbulo, y que había vivido las gestas de la ya mítica Compañía Nazdar, que luchaba por liberar Bohemia de las garras del águila imperial austríaca. Eso era precisamente lo que Jaroslav pretendía, seguir luchando por su país, aunque desde el otro bando. Ya no tenía duda de que ése tenía que ser su destino. Lo había sido desde que por primera vez sintió un pinchazo de amor en la calle Parízská y comenzó a coleccionar con pasión revistas francesas y damitas de pechos audaces posando en estancias parisinas.




Si hoy repasáramos los archivos históricos de Praga, no encontraríamos demasiados datos sobre aquella Compañía Nazdar, uno de los insólitos episodios vividos por los checos en esta Gran Guerra. Entre otras cosas, porque Checoslovaquia, ese país que Jaroslav no llegará a conocer –o tal vez sí, la bala sigue su rumbo y quizás no alcance su destino-, intentará ocultar ese episodio perdido en sus orígenes. ¿La razón? Los soldados que se alistaron en la Legión Checa y lucharon en el frente oriental con los rusos terminaron enfrentándose a los soviets. Ayudados por los aliados quisieron acabar con el comunismo. Y cuando los soviéticos ocuparon Checoslovaquia para convertirla en otro satélite de la órbita comunista, aquellos papeles que recordaban la epopeya se destruyeron. Había que borrar el pasado demasiado incómodo. En realidad, siempre ocurre lo mismo.

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